Oct 252012
 

El cineasta italiano Marco Tullio Giordana propone, desde un punto de vista muy original, un fascinante retrato de la inmigración

El cine, como la vida, lo muestra: parece que dista un abismo entre cualquiera de nosotros y un inmigrante. Nos separan unas leyes, una lengua, una posición económica. Pero, ¿qué nos une? ¿Existe alguna forma de conexión, siendo como somos de países muy distintos? Una pregunta que surca de un modo fascinante este film, que su director, Marco Tullio Giordana, propone al principio como un jeroglífico, a través de la figura de un inmigrante africano ciego, que implora y no cesa de emitir la misma letanía, y una joven puta de carretera que vaga perdida. Dos figuras que producen un cierto extrañamiento, pero que luego comprobaremos cómo van a marcar profundamente el sentido dramático de una historia que parte de un orden burgués, para descomponerse, hacerse añicos, y dar un giro muy radical. Hablamos de esa delgada línea que separa la vida de la muerte, de la que uno o no se recupera, o resurge con una percepción distinta de las cosas. Este film contempla ambas posibilidades: la primera es una secuencia muy bella, donde el relato se suspende y el personaje principal abandona su cuerpo, liberándose plácidamente de un estado de gran ansiedad; la segunda, el resto del film, una milagrosa resurrección conduce obviamente a que el protagonista viva, pero sin abandonar en ningún momento su posición de naufrago diletante, de objeto perdido (o encontrado), que sólo reconoce la sangre y las fronteras de aquellos que comparten su misma condición.

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